jueves, 6 de diciembre de 2012

Carmela

Me llamó gilipollas y yo allí en la cocina con las manos embadurnadas de harina. Apreté la mandíbula a modo de "me tienes harto" y continué amasando sin pronunciar ni media palabra. No quería verla. Ni siquiera intuirla. Su cuerpo desnudo bajo ese delantal de puntillas y esa piel morena, llenita de pecas -dice que las heredó de su abuela-, marcando un camino de huellas donde el deseo vencía.


La radio sonaba en la estantería y ella se acercó a mí, sigilosa, cual gata que era, tarareando España Cañí. Introdujo su lengua en mi oreja. "Me ha llamado gilipollas", pensé para mantenerme en mi sitio, pero mi cuerpo mandaba, retando a la gravedad, y mi deseo soñaba con contar todas sus pecas.

Ella continuó explorando, su lengua acariciando mi cuello, y mis manos abortaron su ritmo de panadero. Agarré el hule de cuadros y lo tiré todo al suelo, me di la vuelta después, la cogí por la cintura y sin pensarlo dos veces, la tumbé sobre la mesa: "Me has llamado gilipollas", le susurré al oido, y amasando sus pezones, restos de harina en mis dedos, ella me mordió los labios. Después me besó muy suave, cálido aliento de abril, y mirándome a los ojos, preguntó lo mismo de nuevo: "¿A las Palmas o a la Hiruela?". Y yo como un gilipollas, apresado entre sus piernas, solté un gemido de éxtasis: " A las Palmas, Carmela, a las Palmas".

2 comentarios:

  1. Excelente!! muy interesante, engancha. Muy bien secuenciada la pulsión entre el deseo y me has llamado gilipollas. Has integrado muy bien lo de los párrafos. Interesante que el narrador sea un hombre. En definitiva, well done!!!

    Echa un ojo a éxtasis.

    ;-))

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  2. Cierto es... Se me coló un acento. Es lo que tiene escribir a altas horas de la noche... Jejeje

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