miércoles, 26 de diciembre de 2012

poema del huevo




Observé un huevo blanco
que lucía como una perla
apoyado en una copa

Al romper su frágil cáscara
vi deslizarse su clara viscosa
encima de su coraza

Debajo de su clara trasparente
contemplé la yema dorada
que relucía como un sol

El ambiente era relajado
luminoso y silencioso
de una hermosa cocina

Me sentía contemplativa
absorta y pensativa
e inspirada por el huevo

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Oda a la Tierra

 
Párpados que amanecen
cada mañana a tu luz,
abandonando esos sueños
que entre tus brazos acunas.

Cantas nanas que no escuchan
estos oídos humanos,
sumidos en su rutina,
despertadores y estrés.

Abren los ojos 
a este mundo que olvida,
madre desaparecida,
bajo carreteras y heridas.

Respiran sin ser conscientes
de que tu aire da vida;
ese aire, tu perfume,
que algunos pretenden cobrar.

Lloras a veces, madre,
herida por el fracaso,
de un ser que educa ciegos
errantes en su caminar.

"No llores, Tierra -te digo-.
Somos un todo, lo sé,
pero aprendemos cual hijos
bastardos en su quehacer."

"Sonríe, Tierra -susurro-.
Somos pequeños aún;
niños traviesos que hieren
a este mundo que eres tú."

"Perdona, Tierra, perdona,
el cambio está por llegar,
cuando seamos conscientes
de que somos un igual."

jueves, 6 de diciembre de 2012

Carmela

Me llamó gilipollas y yo allí en la cocina con las manos embadurnadas de harina. Apreté la mandíbula a modo de "me tienes harto" y continué amasando sin pronunciar ni media palabra. No quería verla. Ni siquiera intuirla. Su cuerpo desnudo bajo ese delantal de puntillas y esa piel morena, llenita de pecas -dice que las heredó de su abuela-, marcando un camino de huellas donde el deseo vencía.


La radio sonaba en la estantería y ella se acercó a mí, sigilosa, cual gata que era, tarareando España Cañí. Introdujo su lengua en mi oreja. "Me ha llamado gilipollas", pensé para mantenerme en mi sitio, pero mi cuerpo mandaba, retando a la gravedad, y mi deseo soñaba con contar todas sus pecas.

Ella continuó explorando, su lengua acariciando mi cuello, y mis manos abortaron su ritmo de panadero. Agarré el hule de cuadros y lo tiré todo al suelo, me di la vuelta después, la cogí por la cintura y sin pensarlo dos veces, la tumbé sobre la mesa: "Me has llamado gilipollas", le susurré al oido, y amasando sus pezones, restos de harina en mis dedos, ella me mordió los labios. Después me besó muy suave, cálido aliento de abril, y mirándome a los ojos, preguntó lo mismo de nuevo: "¿A las Palmas o a la Hiruela?". Y yo como un gilipollas, apresado entre sus piernas, solté un gemido de éxtasis: " A las Palmas, Carmela, a las Palmas".

A ritmo de pasodoble

Maruja fue siempre una cocinera excepcional. Disfrutaba con la preparación de cualquier plato, desde la ensalada más humilde al guiso más elaborado. Pero donde destacaba sin duda era en la repostería. Se sentía feliz hundiendo las manos en la masa del hojaldre, añadiendo un poquito de azúcar o cascando otro huevo para añadir a la mezcla.

Aquella tarde se dispuso a realizar su tarta maestra, la tarta de Santiago que tanto entusiasmó siempre a su Paco. Con qué gusto la comía el pobre, hasta aquella mañana de invierno en la que murió de la manera más tonta, atragantado cuando se estaba comiendo un bocadillo de tortilla.

Maruja se sacudió el amargo recuerdo y se ajustó el delantal de puntillas a la cintura. Y cuando se disponía a cascar con decisión el huevo que tenía en la mano, de pronto comenzó a escuchar aquella canción que tantos recuerdos le traía y que estaba sonando ahora en la radio. Nada menos que Paquito Chocolatero. Cuántas veces había bailado con su Paco bien agarrado el famoso pasodoble en las fiestas de su pueblo.

De pronto se sintió transportada a aquella plaza adornada con guirnaldas en una cálida noche de verano. Su Paco sonriéndole, agarrado con firmeza a sus caderas en un vaivén de círculos acompasados. Ella joven de nuevo, tan ligera y liviana que parecía suspendida en el aire. Hasta que comenzó a sentirse mareada y terminó por perder momentánemente el conocimiento. Cuando recobró la consciencia su Paco la tenía fuertemente abrazada y a ella se le dibujó una sonrisa en los labios.

Maruja mostraba todavía una sonrisa a la mañana siguiente cuando encontraron su cuerpo ya frío tendido sobre el suelo de la cocina. Todo indicaba que perdió el conocimiento cuando se encontraba cocinando, y una fatal caída provocó que se desnucara golpeándose la cabeza con la mesa antigua de madera.

Casi todos los que oyeron la noticia de su accidente se sintieron sobrecogidos con  lo que consideraron una tragedia terrible. Sólo quienes les conocían bien pudieron entender la sonrisa que  Maruja tenía en sus labios.

viernes, 30 de noviembre de 2012

Frases intermitentes


Estaba cagando. Así, tal cual cuento, cuando le vino a la mente una frase intermitente. Las llamaba así, la cachonda, porque sus pensamientos giraban a izquierda o derecha, o a veces hacían rotondas.

En ocasiones le pasaba, cuando iba conduciendo, que olvidaba su destino y daba vueltas en la plaza. Un viejo le gritó "¡Ole!", un día en que dio tres vueltas, y ella sonrió imaginándose en las Ventas: "Ni de coña, amigo mío, soy antitaurina, colega, pero gracias por el ole y que tenga usted muy buen día". El viejo se despidió agitando su sombrero y ella por fin decidió girar hacia la derecha. Allí encontró un descampado donde asentar sus ideas, igualito que en el váter, pero al aire libre, mi vieja.

No es que busque inspiraciones en ambientes nauseabundos, es que le surgen sin más, donde menos se lo espera: yendo a comprar el pan, en la taquilla del metro, a ritmo de cunnilingus o fumándose un cigarro. Y eso que no fuma, o eso dice, la muy perra, pero da igual, lo imagina, y se convierte en un hecho: historias que cobran vida cuando menos se lo espera y que si no escribe perecen, como ese humo que vuela.

Abuela

Toco tu pie y esos dedos arrugados, viejitos, como tus ochenta y cuatro, se encogen entre mis manos. Te ríes como una niña, esa que eres, con arrugas, sin dientes, y tus ojos brillan con ese amor que saluda a la despedida.

Se me pone un nudo en la garganta cuando tarareas esa nana que acunó mis días de infancia y recuerdo mi cabecita morena, pelo enredado, guerra de abuela, escuchando tu corazón, mientras mi saltar a la comba, jugar a la goma o al escondite inglés, cerraban sus párpados sesenta minutos, no más, no menos, para dormir entre tus brazos y soñar con esos libros que ya empezaba a leer.

Me gustaría decirte que siempre te quise y siempre te querré; que te quiero ahora, chiquita, en este adiós ya anunciado, pero por una vez las palabras se marchitan en mis labios. Tú los pintaste de rojo: "He de estar guapa al morir", y allí estás, tumbada en la cama, cual princesa en busca de reino. "Mi niña, no me voy lejos. Estaré siempre contigo. Sonríe, niña, no llores, que ya lloré yo por dos. La guerra mi niña, llanto; mucho dolor, mucho espanto, pero ahora no tengo miedo, porque el sol está saliendo."

Miro por la ventana, hospital, paredes frías: "Es de noche, abuela mía", pero lo digo bajito, tus ojos verdes cerrados, mientras mi nudo se estrecha y tú me tomas la mano: "Te quiero mucho, mi niña", susurras en un suspiro. Tu corazón ya no late, el mío lo hace por dos, se acelera en su tristeza, coreando éste su adiós. Mis lágrimas mojan tu piel, "Nunca fui obediente, abuela", pero a la par sonrío, porque sé que tú me ves.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Rompe el huevo

Maldita sea! Exclamo mientras mi corazón tamborilea en mi pecho y llena mis oídos con el fuerte retumbar de sus latidos. Sigo luchando con la  bóveda blanca mientras  la savia rosada y pegajosa que me rodea cada vez excasea más. Por qué ésta mente peregrina no hace más que decirme que es fácil romper la cáscara?  Con lo agusto que estoy  en éste mundo calentito con abundantes placeres y sin que nada falte? Pero la naturaleza me obliga... Tengo que salir al mundo y darme a conocer, chillar a pleno pulmón y sentir cómo con la primera respiración me desgarro por dentro. Qué es eso que tengo delante de los ojos?una prolongación rosada de mi otro yo? Ése no soy yo, es el martillo de la vida, el que rompe el cascarón, frío y distante como si no formase parte de mí y, sin embargo, toda una extremidad de acción... Otro día angustioso y sofocante, pero veo una brecha, henchida de luz en el horizonte, mi cabeza vuela hasta ella con una curiosidad renacida desde mis entrañas. Mi martillo, prolongación de mi otro yo, se abre paso entre los muros inertes abriendo una luz tan intensa como un Cosmos infinito, lleno de colores tan vívidos como los latidos de mi tamborileante corazón, que palpita con cada reflejo del óvulo abierto en dos de mi mísero cascarón...

El baúl mundo





Bienvenidas, bienvenidos a la palabra es un mundo. Un mundo para crecer, soñar, pelar cebollas, sonreír a las lágrimas y sobre todo, para escribir y disfrutar escribiendo. Un mundo portátil que se lleva en la mochila y se comparte en clase, en un picnic o a solas antes de acostarse.

Hace muchos, muchos años el psicólogo José Luis Pinillos contaba que en la época de Descartes los aventureros cogían un baúl llamado mundo, de esos que son muy grandes y con mucho fondo. Todos hemos visto ese baúl llamado mundo en estaciones de trenes a vapor, en viajes por Europa, en el Orient Express, y en otras películas, que tú lector puedes empezar a nombrar.

Este blog tiene un fondo ancho,  tan profundo como para contener a la palabra: una palabra estirada, y flexible, otra muy pequeña y pesada como una piedrita de las que ya no se ven por las calles. La palabra es un arma cargada de futuro.

Poco a poco, entrada a entrada iremos llenando con tesoros este baúl mundo, y lo mejor es que no tendrá peso, será ligero y estará  a disposición de todos.

La aventura ya ha comenzado.